Una mañana otoñal disfrutando de la Sierra de Cazorla con unos amigos.
Descansamos en un trocito de monte y se nos acercó un zorro curioso, con miedo pero con ánimo de conseguir algo, yo le arrojé un trocito de tomate, cosa que no le gustó porque este zorrito estaba acostumbrado a chicha y mis compañeros arrojaron un poco de fiambre y sí que le gustó.
Estando en este escenario y como creí que la confianza era ya abundante entre nosotros y el animalito, se me ocurrió acariciarle, era una tentación con tanto pelito.
Acerqué mi mano despacio y de pronto sentí sus dientes puntiagudos como agujas sobre mi piel y sobre los huesos de mi mano.
En ese momento que quedé inmóvil, y mi pensamiento fue “me quedo sin mano”, así que seguí con la mano inmóvil, hasta que el animal desistió y se alejó.
Fueron segundos que me parecieron eternos, esperando que el animal abandonara la idea de morderme, pero imagino que mi mano sabia a tomate y no le gustó mucho. Gracias a Dios.
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