Llevo unos días sumergida en mi profundo caos, completamente sola físicamente, sin ganas de hacer nada con dolores y un malestar que me inunda por todos sitios.
Intentando preguntarme el por qué, se repite esta situación muchas veces a lo largo de la vida.
Imagino que algo tendré que aprender, y no lo he aprendido todavía.
Son estados de profunda tristeza y soledad, en los que intento remontar de alguna manera, pero la única forma es afrontar de cara la situación y dejar que pase la tormenta y todo lo que conlleva.
Me fastidia mucho no aprender nada de estos estados, puede ser que los tenga tan cerca, que me impide ser objetiva de la realidad, y no sé ni cómo expresarla.
A veces pienso que no soy buena enferma, porque en realidad la que me cuido soy yo, es como un desdoblarse, intentar abandonarse, e intentar saber que cuidados necesito, o sea, dividir mis energías flacas entre cuidarme y dejarme cuidar. Es cruda esta realidad pero quien la haya pasado me comprenderá.
Son momentos también para reflexionar qué de verdad se tiene en esta vida, qué poco valemos, y qué queremos de ella.
Es bastante difícil cuando el cuerpo no está sano, ser objetivo en la vida, porque la objetividad se debe tener en el día a día, y cuando llegan estos estados de confusión, se aplica.
Enferma poco puedo discernir, si no lo he hecho ya, el cuerpo necesita recuperarse, y para ello necesita una mente serena y tranquila, para que en esta pequeña tranquilidad todo vuelva a la normalidad.
Esta es la clave para cuidar a un enfermo, darle serenidad, tranquilidad, limpieza, alimento y los cuidados necesarios para que poco a poco se restablezcan sus fuerzas y su salud.
Y de estas cosas tengo que acompañarme cuando estoy sola, y en el caos de unos días complicados con la salud, buscar mi serenidad y tranquilidad, asearme lo que pueda, comer lo mejor posible dentro de lo que se puede y esperar la recuperación.
Y esperar que el caos deje pasar un rayito de luz.
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