Me doy cuenta que soy frágil, muy frágil, una palabra y ya pierdo el sosiego y la alegría.
A veces hay palabras que se me hacen un nudo en la garganta, e incluso me impiden casi respirar, provocan tal tempestad o inundación de dolor por todo mi cuerpo, que solo me queda ponerme a llorar o esperar que de alguna manera se recupere el estado de tranquilidad.
Las palabras llevan fuerza, pueden calmar, irritar, producir alegría o un mal sin igual.
Intento que las mías no provoquen estos efectos, pero he de confesar que también hacen daño, y ese daño se graba en mi corazón con tal fuerza, que me hieren gravemente, y estás son las que de verdad deben importarme.
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